Desde hace muchos años, todos los veranos viajamos una quincena a Noalla, en la costa de las Rías Baixas, para desconectar del trabajo, del trajín de la gran ciudad y cargar las pilas.
Y como no podía ser de otra manera, cada año dedicamos un día a visitar Santiago de Compostela. Es inevitable pasarnos a dar una vuelta por su Plaza de Abastos, nos fascina ver el género que tienen, (no hay mejor calidad de producto que el que se encuentra en Galicia), nos encanta echar un vistazo a sus comercios, (todavía se conservan muchos de ellos tradicionales, que en otras urbes se están perdiendo), y sobre todo, disfrutar del placer de su gastronomía, que es espectacular.
Ya he contado muchas veces, que me indigna encontrar los mismos comercios, bares y restaurantes, asignados a franquicias en los centros de las ciudades que visitamos. Ya sea a nivel nacional o internacional. Estas poderosas franquicias, hacen que cada vez sea más difícil encontrar lo genuino de la ciudad que visitas.
Por eso los dos últimos años, cuando hemos visitado Santiago hemos elegido comer en el restaurante Orixe (visita su Web).
Como podemos deducir por su nombre, este restaurante conducido por gente joven, no reniega de sus orígenes, sino todo lo contrario, busca que no se pierdan. Trabajan con el pequeño productor local, pescadores, agricultores, ganaderos, para elaborar los platos que ofrecen en su carta compuesta de recetas tradicionales con un toque actual, conservando así parte de la cultura gallega y mimando el producto de la zona, es decir, un auténtico restaurante Km 0.
El local se encuentra en la Rúa das Casas Reais, 21, en el centro histórico de Compostela, al lado de la puerta denominada “Porta do Camiño”, lugar por el que los peregrinos accedían antiguamente a la villa amurallada compostelana.
Su decoración es sencilla, con detalles tradicionales gallegos. Aunque el local no es muy grande, dispone también de una terraza exterior. La carta no es extensa, pero suficiente para degustar los placeres que da la tierra y el mar en esta zona.
Entre los platos que hemos podido saborear, están las navajas a la Muradana. Esta forma de cocinar es sencilla, con un poco de ajo, aceite y un buen chorro de vino albariño, suficiente para dar sabor y no quitar protagonismo al producto. Esa es también la manera en la que te ofrecen los pescados, a la plancha, con ese perfume por encima.
Este año 2020, lo comprobamos al comer una sabrosa lubina, y podemos dar fe, que estaba absolutamente deliciosa cocinada de esta forma. Variando el tipo del vino, y algún que otro pequeño detalle, no deja de ser la forma de cocinar el pescado en los tradicionales asadores de la costa guipuzcoana.
Otro de los platos que probamos, fue la crema de caldo gallego con sus sacramentos. Nos encanta el caldo gallego, un caldo potente y bien guarnecido, que levanta el cuerpo. Esta crema era suave, acompañada de unos pocos sacramentos por encima, con su potente sabor, perfectos para equilibrar el plato.
Un entrante que también nos gustó mucho fue la ensalada de tomate de la huerta de Torea con pimiento de Herbón y almendra tostada. Plato que representa el espíritu del buen producto adquirido al pequeño agricultor de la zona. Un hermoso tomate de los que se denominan corazón de buey, acompañados de los famosos pimientos de Padrón, y unas láminas de almendra tostadas, que aportaban el toque crujiente a esta ensalada.
Pero si algo nos sorprendió, fue “la ensalada templada de productos de la huerta”, una ensalada que combinaba lechuga y tomate, con hortalizas, verduras y frutas, unos en crudos y otros tostados a la parrilla. Además de la variedad de texturas, nos resultó excelente su variedad de sabores, toques dulces como el de los higos, que se mezclaban con los amargos como la naranja. Nos resultó deliciosa, así que una vez en casa hicimos nuestra propia versión.
No podemos olvidar otro de los platos gallegos por excelencia: el pulpo, en este caso a la parrilla. Desde hace unos años esta forma de preparación del pulpo se ha extendido, restando bastante protagonismo al clásico “pulpo a feira”, simplemente cocido. A nosotros nos gusta mucho así, ya que le aporta más sabor. Por lo demás el alioli de pimentón… correcto.
El cochinillo confitado y crujiente, con pera glaseada, al igual que el pulpo, es un plato que ya hemos probado en otros establecimientos. El cochinillo cocinado a baja temperatura, deshuesado, y servido en taco con la piel crujiente, muy rico, pero lo dicho, no nos sorprendió.
Los postres muy bien presentados y buen sabor, una tarta de queso azul de Prestes y confituras de higos. Aunque el queso azul pueda parecer fuerte, esta tarta resulta suave, por lo que es apta para la gente que a la que no le gusta los quesos fuertes.
Las cañitas de O Carballino rellenas de crema de castañas, muy conseguidas, y el acompañamiento del helado siempre viene bien para terminar una copiosa comida.
Y para terminar no quería que se me olvidase el pan. De esos que ya en pocos sitios se encuentran, auténtico pan de obrador leña. No hay cosa que más me disguste que comer una buena comida con un mal pan, yo creo que todos los detalles suman para quedar satisfecho de un restaurante, y uno de los que más valoro, junto a la limpieza y un amable servicio, es que tengan un buen pan.
La conclusión al salir de este restaurante es que cumple con el objetivo que tuvieron cuando se creó: ser fieles a la cultura gastronómica gallega, reivindicarla, difundirla y darla a conocer a todos los que visitan su establecimiento. Se agradece encontrar gente así, comprometida con su tierra, con sus orígenes y dispuesta a no dejarse arrastrar por las modas impuestas por las multinacionales del consumo.