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Restaurante Boroa: tradición y oficio unidos al producto de temporada, un acierto seguro.

Este año 2023, con motivo de mi cumpleaños, hicimos una reserva en el restaurante Boroa, que fue fundado en 1997 por Mª Asun Ibarrondo y el chef Jabi Gartzia. Hace algunos años, Gartzia dejó su posición en la cocina y pasó el testigo al chef Iñigo Elorriaga.

El restaurante está situado en un encantador caserío del siglo XV en el barrio de Boroa, Amorebieta (Bizkaia). Abrió sus puertas el 17 de marzo y ha mantenido la estrella Michelín obtenida en noviembre de 2008. Además, ha recibido dos Soles Repsol, que simbolizan la excelencia culinaria y el apoyo a la gastronomía nacional.
Su ubicación es muy fácil de encontrar, ya que se encuentra justo después del polígono industrial de Boroa, en un entorno idílico, con un terreno bien cuidado que incluye una zona de juegos, un gran aparcamiento y una carpa para eventos donde se sirven cócteles.

Al entrar, se accede a un pequeño bar y a través de una gran puerta de madera se llega al amplio salón del restaurante. El espacio consta de dos plantas, ambas decoradas con atención al detalle y sin perder la esencia del caserío en el que se encuentra.

Además de la carta, el restaurante ofrece tres opciones de menú: Mugarra, Txindoki (con el doble de platos que el anterior) y uno vegetariano. Cada menú cuenta con la opción de maridaje y los van cambiando en función de los productos de cada temporada. Optamos por el menú Mugarra y fue suficiente para nosotros, aunque los platos eran pequeños, no salimos con hambre.

Al llegar, nos recibió Mª Asun, una anfitriona elegante y atenta que estuvo pendiente en todo momento de nuestra estancia en el restaurante. Cuando el camarero nos presentó el menú que habíamos reservado, nos sorprendió gratamente al informarnos de que si algo del menú no nos gustaba o no lo podíamos comer por alguna alergia, lo cambiarían sin problema. Mi mujer decidió cambiar las ostras por unos trocitos de bogavante. Estos detalles adicionales añaden valor a la experiencia.

El personal nos brindó un trato espectacular en todo momento, demostrando gran profesionalidad, amabilidad y disposición. Después de servirnos la bebida y el pan – por cierto, un pan excelente, lo cual es casi un milagro últimamente – llegaron los entrantes:

Buñuelo de trufa con infusión de shiitake, un mejillón de roca con kimchi y tapioca crujiente.

Después, llegó una Ostra de Normandía «Daniel Sorlut» con jengibre, lima y albahaca. Estos pequeños bocados rebosaban de sabor y eran un excelente aperitivo para lo que nos esperaba después.

A continuación, nos presentaron las gambas rojas asadas brevemente sobre una teja crujiente, servidas con una cremosa parmentier y una yema de huevo de «Tellexe». La parmentier con el huevo a baja temperatura, en este caso solamente la yema, siempre resulta un plato ganador. Aunque parezca mentira, la gamba en sí pasó desapercibida, ya que cualquier otro ingrediente habría sido igualmente delicioso.

Luego aparecieron con unas mollejas de ternera a baja temperatura, arroz de trigo, hinojo y texturas de zanahoria: un plato fascinante y elaborado que destaca por las variadas preparaciones que se han creado con la modesta zanahoria. Las mollejas estaban deliciosas, después de varios años sin probarlas, espero no tener que esperar mucho para disfrutar nuevamente de su exquisito sabor bien preparado.

Ahora tocaba el turno al pescado, y si hay uno típico de estas latitudes, es este: merluza en salsa verde con almeja fina. El plato es un clásico de la cocina vasca, preparado con ingredientes de calidad, y lo que más sobresalía eran las almejas, con un delicioso sabor ahumado que me hizo desear comer dos kilos más, simplemente espectaculares.

El plato de carne fue una pluma ibérica “Carrasco” a la brasa, boletus y crema de Idiazabal. Los productos de cerdo ibérico de Carrasco, siempre son garantía de éxito, y si además lo acompañas de boletus y de una salsa de Idiazabal, no puede salir nada mal. Otro plato como el de la merluza, un clásico, con buen producto y bien elaborado, con el toque de brasa de la carne, exquisito.
Aunque los platos eran pequeños, nuestro estómago ya estaba satisfecho y bastante lleno, pero aún así, ansiábamos lo dulce que estaba por venir.

El primer postre que nos sirvieron fue una versión modernizada de la clásica isla flotante de naranja, caramelo y vainilla que solía ser un habitual en la casa de mis padres. Aunque tenía poco que ver con la receta tradicional, con solo una isla de crema de naranja en lugar de merengue y crema pastelera, nos sorprendió gratamente.

El segundo postre, como era de esperar, estaba hecho con el ingrediente estrella: chocolate. Se trataba de una «tableta de chocolate (coco, jengibre con matices herbáceos y tostados)», un mousse de chocolate presentado en forma de una tableta con un pequeño bocado, con aderezos asiáticos que lo hacen aún más interesante. No resultó empalagoso y nos pareció que ambos postres eran adecuados para complementar la comida, con buenos ingredientes, un enfoque clásico y toques modernos, y sabores suaves que satisfacen a todos los paladares.

Acompañando nuestros cafés especiales, de cultivo ecológico de la marca local Baque, nos ofrecieron unos exquisitos Petit Fours, unas deliciosas galletitas que sirvieron como el complemento perfecto para concluir esta experiencia culinaria de primera categoría.

El restaurante merece una calificación sobresaliente por la amabilidad del personal, la calidad del producto, su presentación y sabor. La comida es apta para todos los gustos, sin extravagancias, con sabores locales que no resultarán extraños a aquellos comensales que no han viajado a lugares lejanos. Además, la relación calidad-precio es excelente, lo que lo convierte en una buena opción para ocasiones especiales o para aquellos que quieran mostrar la cocina tradicional vasca a sus amigos y familiares. Definitivamente, volveremos, ya sea en pareja o con amigos.
¡Hasta pronto!

Restaurante Boroa
https://www.boroa.com/

Dirección:
San Pedro de Boroa 11
48340 Amorebieta – Etxano
Bizkaia

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